Jerry Morris demostró hace más de 50 años que el ejercicio era bueno para la salud con un estudio publicado en The Lancet en el que se observaba cómo morían mucho más jóvenes los conductores de los autobuses de Londres, todo el día sentados ante el volante, que los cobradores, que no paraban de moverse, escaleras arriba, escaleras abajo, cobrando a los pasajeros. El resto de su existencia, el venerado y longevo Morris fue un ejemplo de la verdad de sus teorías. Hasta su muerte, en octubre pasado, a los 99 años, siguió haciendo ejercicio, nadando, desplazándose en bicicleta. Evidentemente, desde su perspectiva, Morris habría considerado evidente el experimento llevado a cabo hace unos meses con 40 nonagenarios en una residencia de ancianos de Madrid por José Antonio Serra, director del Departamento de Geriatría del hospital Gregorio Marañón, y Alejandro Lucía, catedrático de Fisiología del Ejercicio de la Universidad Europea de Madrid. Quizás, incluso, Morris, o el sueco Per Olof Astrand, otro de los padres de la ciencia del deporte, que a los 88 años, dos semanas después de operarse de la cadera, iba en bicicleta al trabajo, se habrían prestado voluntarios para contribuir aún más a demostrar que, digan lo que digan muchos, a los viejos, y también a los muy viejos, les viene muy bien hacer ejercicio de fuerza, de buena intensidad, hacer pesas en el gimnasio también.
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