Mi país que creía “sin memoria” comenzaba a interesarse en su pasado. Salía de su amnesia, desempolvaba los textos que relataban su historia. Me di cuenta de que la nueva generación se interesaba mucho más que antes en la suerte que corrieron prisioneros, fusilados y exiliados. La represión había reinado durante decenas de años, ¿se habría convertido aquello en un sujeto de actualidad? Algo totalmente nuevo para mí que hizo evolucionar la relación con mi tierra natal, la que exploro en mi trabajo desde hace cuarenta años.
Tanto así, que la manera con la que veo mi última película, La cordillera de los sueños, que después de Nostalgia de la luz y El botón de nácar, será el último capítulo de esta trilogía que comencé hace diez años, se vio transformada a sí misma. El sentido de la película tomó cuerpo. Sigue siendo, sin duda, la confrontación de los hombres, el cosmos y la naturaleza; pero esta cadena montañosa gigantesca que es el corazón de mi temática se convirtió claramente para mí en la metáfora de lo inmutable, de lo que nos queda y nos habita cuando creemos haberlo perdido todo. Sumergirse en la cordillera, es sumergirme en mis recuerdos. Escarbando en las cimas escarpadas, hundiéndome en sus valles profundos, comienzo un viaje introspectivo que tal vez me revele en parte los secretos de mi alma chilena.
- Patricio Guzmán -
Las entradas se comenzarán a distribuir en el Punto de Información una hora antes del comienzo de la actividad.
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