El hechizo
Heriberto Sánchez Valerón
Heriberto Sánchez Valerón
Érase una vez en un bosque frondoso, me atrevería a decir un tanto tenebroso en el vivía una joven bruja, llamada Leopolda, diferente a las demás. Leopolda era rubia con buen tipo, sin arrugas, nariz perfilada…en fin, distinta.
Leopolda vivía con su madre, Claretus, que era terriblemente fea y temeraria como las demás de su clase. Claretus se pasaba el tiempo haciendo pociones buscando hallar la hechizo que obligara a los humanos a prestar absoluta fidelidad a las brujas.
La bruja madre quería que su hija se hiciera tan perversa como ella para juntas hallar la fórmula maléfica antes, pero Leopolda se negaba a hacer el mal.
Un día soleado dando un paseo por el bosque pensando en el pasado sin tener en cuenta el presente Leopolda tropezó y se cayó con tan mala suerte que fue a parar con su boca en el cuerpo de un sapo. La hermosa bruja se levantó corriendo y se lavó la boca en un charco, luego se quedó observando al sapo pensando que lo había destripado por el fortísimo golpe, pero al instante alrededor del sapo apareció una silueta intensamente amarilla como los rayos del sol en verano. En breves segundos, el sapo arrugado y feo pasó a ser un joven apuesto.
Como en todos los cuentos debería ser un príncipe, pero este no fue el caso, resultó ser un campesino al cual la bruja malvada había transformado hacía diez años por robar unas manzanas de su cosecha para dar de comer a sus cuatro hijos.
Leopoldo le pregunto intrigada. -¿Cómo te llamas muchacho?
-Me llamo Rubén.
El chico al observar con detenimiento la cara de Leopolda salió corriendo. Leopolda no sabía el motivo e intrigada lo buscó durante días y noches hasta que por fin lo encontró. El chico intentó escapar de nuevo, pero esta vez no corrió con la misma suerte. Leopolda lo agarró y lo detuvo.
-¿Por qué huyes de mí, Rubén?
Rubén la miro con rabia y le respondió.-Tú fuiste la culpable de mi tristeza durante todos estos años.
-¿Pero porqué?-Preguntó intrigada.
-No te hagas la loca, tú acabaste con mi familia sin piedad y echaste sus cuerpos a los ogros y a mí me convertiste en sapo.
Leopolda sorprendida echó a correr. Triste se encerró en su habitación y pensó y pensó hasta que se le encendió la bombilla y corriendo fue a buscar el álbum de fotos de la familia. El corazón se le rompió en mil pedazos al ver que era idéntica a su madre cuando tenía la misma edad que ella. Su madre era la única culpable de las desgracias de Rubén. Leopolda le buscó durante largos días para cotarle la terrible verdad.
-Yo no soy la culpable de de la muerte de tu familia.
-¿entonces quién fue?
Leopolda entonces con los ojitos inundados en lágrimas soltó con voz apagada y avergonzada. -Fue mi madre.
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